Santa Elena, nuestra patrona
Nuestra patrona probablemente nació en el año 242 en la ciudad de Drepanum (actual Turquía) que luego se llamó Helenépolis en su honor. Otra hipótesis sitúa el lugar de su nacimiento en Britania, y hace la hace hija un rey. Allí la habría conocido Constancio Cloro, su futuro esposo, general de las legiones romanas de Bretaña, quien se casaría con ella. La historiografía moderna, asintiendo con San Ambrosio, que la llama stabulariam, piensa que hay razones para afirmar que es hija de un tabernero.
Constancio Cloro, su esposo, era noble y bisnieto por su madre del emperador Claudio. Ninguno de los cónyuges eran cristianos. El matrimonio entre ellos se celebró en el año 273 y al año siguiente nació en Naïssus (Dardania) su hijo Constantino el Grande. La expresión de Eutropio ex obscuriore matrimonio, eius filius, mal interpretada por Zósimo dio pie a la creencia de que Santa Elena no era legítima esposa, sino concubina de Constancio; sin embargo, la frase probablemente se refiere al humilde origen de Elena.
En el año 293 los emperadores Diocleciano y Maximiano nombraron césares a Galerio y a Constancio Cloro. Para estrechar los lazos de la política con vínculos familiares, como se hacía de antiguo en Roma, Maximiano adoptó como hijo a Constancio, otorgándole la mano de su hijastra Teodora. Pero el emperador exigió previamente el divorcio entre Constancio y Elena, prueba de la manifiesta legitimidad de su matrimonio.
Desde este año hasta el 306, en que a la muerte de Constancio Constantino fue nombrado César, Elena vivió seguramente en Tréveris, bajo los efectos del repudio de un hombre al que amaba y alejada de su hijo Constantino quien derrochaba valor en los campos de batalla. Una de las primeras preocupaciones de Constantino cuando toma el título de Augusto (307) fue llevar a palacio a su madre, a quien al quedar él solo como Emperador (324) asoció a sí con el título de Augusta, o Emperatriz.
Seguramente fue durante los años de abandono y de soledad cuando Elena se hizo cristiana en Tréveris. Al volver, ya cristiana, a la corte de su hijo el emperador, hubo de procurar desde luego que Constantino abrazase la fe.
En el palacio imperial vivió sencillamente, hasta el punto que San Gregorio pudo decir: “su encantadora modestia enardece de entusiasmo a los romanos”. Animó a su hijo a la construcción de templos para la gloria de Dios. Constantino le confió la administración del erario imperial, y acuñó monedas con la efigie de su madre orladas con la inscripción FLAVIA IVLIA HELENA.
DESCUBRIMIENTO DE LA SANTA CRUZ Y CULTO
Ya muy anciana, deseosa de venerar los lugares santificados por la presencia de su Salvador, fue a Tierra Santa, buscando todos los vestigios cristianos. Tuvo la fortuna de encontrar y distinguir por repetidos milagros la Cruz del Redentor.
Sobre los lugares santos levantó espléndidas basílicas en el Calvario (la actual basílica de la resurrección), en el Monte de los Olivos y en Belén (la Basílica de la Natividad). Terminada su peregrinación, volvió junto a su hijo, en cuyos brazos murió el año 328 ó 329.
Fue sepultada en la Via Labicana, en la iglesia de los mártires Pedro y Marcelino, en un mausoleo cilíndrico de ladrillo, del que todavía quedan algunas ruinas, en el pueblo Torre Pignattara. Allí estaba el estupendo sarcófago de pórfido, bellamente esculpido, que ahora se encuentra en los Museos Vaticanos.
Su culto comienza tardíamente. San Ambrosio, San Paulino de Nola y Teodoreto le tributan grandes alabanzas, pero nunca la llaman santa. Este título lo recibe en el siglo VII en Constantinopla, y en el siglo IX en Occidente. Su fiesta se celebra el 18 de agosto.
Fuente: J. Guillén Cabañero, Gran Enciclopedia Rialp.