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La problemática católica actual

La problemática católica actual

Quizá sea un poco pretencioso intentar en este breve artículo abarcar los problemas que afronta la Iglesia, estudiar sus causas y proponer soluciones. Son temas ciertamente complejos que no pueden ser abarcados en su totalidad, pero pienso que un pastor sí puede -y debe- decir algo. Así me lo enseñó el p. Bidagor SJ en sus días, que no quería ser perro mudo, sino que nos enseñaba a buscar la verdad y a defender la fe de la Iglesia. Pero no pretendo ser ni salvapatrias, ni agresivo dialécticamente, sino claro y fiel al magisterio, como lo fueron quienes me formaron para el sacerdocio en una época confusa. En mis tiempos de formación, hubo una gran crisis en los seminarios provocada por malas interpretaciones del Concilio y la entrada -con poco discernimiento, todo hay que decirlo- de las llamadas teologías del genitivo en los años 70 y 80. Me refiero a la teología de la liberación, de la esperanza, de la muerte de Dios, de la secularización, etc., de la que solo la primera parece haber tenido algo de éxito, pero efectos bastante desastrosos.

Me inspiro también en san Ignacio, quien nos dejó unas reglas para sentir con la Iglesia, que no se pueden entender sin tener en cuenta su actitud hacia Erasmo, genialmente descrita en los escritos del p. Villoslada, de lectura aconsejada a mis lectores con inquietud intelectual.

Sin más preámbulos paso a hacer una observación sobre algunas cosas que pasan en la Iglesia. Parece que se ha perdido la unidad doctrinal y todo se pone en cuestión y se debate. Así, recientemente, un obispo de EE.UU (Thomas Paprocki) ha publicado unas indicaciones pastorales sobre personas unidas en matrimonio del mismo sexo, y un jesuita también norteamericano, se ha opuesto abiertamente a este magisterio en Twitter, mostrando su cercanía hacia el mundo LGBTI y afirmando que el obispo tenía planteamientos obsoletos al hablar de “atracción hacia el mismo sexo” . Quienes siguen estos debates saben que me refiero al p. James Martin, profesor de la universidad de Fordham en Nueva York, de cuays escritos se sigue que es necesaria una redefinición de la moral católica para la inclusión de estas comunidades en la misma, mensajes que escandalizan a no pocos, entre los que me encuentro.

Podría citar más casos, como la respuesta de un jesuita colombiano al p. Patxi Bronchalo de la diócesis de Getafe defendiendo que una supuesta rigidez en la interpretación de la moral sexual ha sido la causante de los abusos sexuales del clero católico. Patxi, que twitea muy bien, le tuvo que contestar diciendo que era patente que no había leído a san Juan Pablo II….

Estas afirmaciones están jerarquizadas y tienen una raíz

Hay muchos más problemas de este estilo. No he citado el sínodo alemán y su pretensión también de cambiar la doctrina de la Iglesia en varios puntos (sacerdocio de la mujer, aceptación con normalidad de lo LGBTI, renuncia a la disciplina del celibato, etc), pero sí quiero hacer una reflexión sobre el origen de estas reivindicaciones que rompen con la tradición de la Iglesia. Existe una jerarquía en las cuestiones teológicas, y estas peticiones se basan en principios que, rara vez se discuten, pero que si no los tienen claros, no es extraño que se afirmen estas cosas u otras. Dos principios están en la raíz, bajo mi punto de vista, que pretendo que sea el de la Iglesia, y son:

1) el de la existencia, o no, de actos intrínsecamente perversos, y

2) si la Revelación es objetiva y ha de ser mantenida o hay que reinterpretarla adaptándola al devenir de la historia.

1º La existencia de actos intrínsecamente perversos

Este punto fue tratado en la encíclica Veritatis Splendor de san Juan Pablo II. Allí él afirma (n. 80):

Ahora bien, la razón testimonia que existen objetos del acto humano que se configuran como no-ordenables a Dios, porque contradicen radicalmente el bien de la persona, creada a su imagen. Son los actos que, en la tradición moral de la Iglesia, han sido denominados intrínsecamente malos («intrinsece malum»): lo son siempre y por sí mismos, es decir, por su objeto, independientemente de las ulteriores intenciones de quien actúa, y de las circunstancias. Por esto, sin negar en absoluto el influjo que sobre la moralidad tienen las circunstancias y, sobre todo, las intenciones, la Iglesia enseña que «existen actos que, por sí y en sí mismos, independientemente de las circunstancias, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto»

san Juan Pablo II, Veritatis Splendor, 80.

Anteriormente, esta verdad había sido expuesta en el Concilio Vaticano II y en la encíclica Humanae Vitae del papa san Pablo VI. Claramente, el uso de la sexualidad contra natura o fuera del matrimonio, son actos intrínsecamente perversos, esto es, pecaminosos de por si. Contra natura quiere decir de modo solitario, entre personas del mismo sexo o poniendo dificultades a la concepción de una nueva vida, por poner algún ejemplo.

Esta encíclica de san Juan Pablo II fue duramente criticada por teólogos como Bernard Häring, quien afirmó sentirse descorazonado ante ella. Son claramente dos posturas morales incompatibles, pues una niega la existencia de actos intrínsecamente perversos, y otra, la del magisterio de la Iglesia, que, con Juan Pablo II, afirma claramente la existencia de estos actos.

Ahora bien, ¿qué pasa con la atracción al mismo sexo? Primero que no es un acto, por lo tanto no es pecaminosa; segundo, que quien la experimenta, de por si, no comete pecado. Las atracciones se dan, y pertenecen a la naturaleza humana. Al hombre le atrae cosas, como el bien y la belleza, pero también por la concupiscencia que todos tenemos por el pecado original, nos puede atraer el mal o la fealdad. Así, no es extraño que a alguien le atraiga su secretaria, aun cuando esté casado con su esposa y la ame. Evidentemente esta atracción puede darse. Pertenece a la estructura de la psiche humana, que puede estar desordenada. El problema es la cualidad moral de aquello que nos atrae.

Por eso me extraña que tan fácilmente, gente como el p. James Martin hable de la acogida de comunidades LGBTI en la Iglesia. Evidentemente, la Iglesia no excluye a nadie, ahora bien, lo que no hace es decir que la atracción hacia algo intrínsecamente pecaminoso y desordenado deba ser aceptada tal cual. Si la relación homosexual es pecado, que lo es, la atracción es hacia algo malo, como la atracción del jefe hacia su secretaria, estando casado, se entiende. Está atraído hacia un adulterio, y esta atracción, por lo tanto no es buena. Evidentemente no se juzga a una persona, el jefe, si no cae en el pecado, no pasa nada. Él sabrá si peca o no peca, pero si es infiel a su esposa ha cometido un acto intrínsecamente perverso.

Esta es la cuestión que está detrás de todas las polémicas de este estilo, y por las que yo estoy en profundo desacuerdo con el p. James Martin, pues se aparta del magisterio de la Iglesia en este punto. Además las consecuencias de no considerar pecaminosas las relaciones con personas del mismo sexo llevan inexorablemente a no considerar pecaminosas las faltas contra el celibato, y por lo tanto cae el sentido del voto de castidad. ¿Qué hace un religioso defendiendo teorías que van contra la misma esencia de la vida consagrada?

2º La revelación y su interpretación

Esto segundo tiene que ver con la manera que algunos entienden la sinodalidad. El que algo sea bueno o malo, no depende del consenso humano o de la cultura imperante. Depende de la naturaleza de las cosas. Y la moralidad (o inmoralidad) de los actos se puede conocer por una doble vía: la razón humana y la revelación. La revelación abarca un período muy largo de la historia. Empieza con Abraham, unos 1800 años antes de Cristo, y termina con la muerte del último apóstol. En este amplio lapso de tiempo, hay una revelación imperfecta, incompleta, que es el Antiguo Testamento, que es preparación para el Nuevo, y está la revelación de Jesucristo en el Nuevo Testamento. Pues bien, claramente está revelada la pecaminosidad de la relación homosexual, y de muchas otras cosas más, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. No hay cuestión sobre esto.

Me gustaría tener más espacio para desarrollar este punto, pero no lo tengo, pues las entradas deben ser breves. Simplemente diré que en tres ocasiones san Pablo habla de ello: en la carta a los romanos (Rom 1,26) en la primera a los Corintios (1Cor 6, 9) y en la primera a Timoteo (1Tim 1, 9-10). En el Antiguo Testamento claramente aparece el rechazo de la sodomía y la abominación de las relaciones entre varones como la relación varón-mujer. Los textos son fácilmente localizables. Es decir, la revelación claramente enseña la pecaminosidad objetiva de la relación sexual entre personas del mismo sexo.

Otra vez nos encontramos aquí con la cuestión fundamental que está en la raíz: la objetividad de la moral y el valor vinculante de la fe, para el católico.

Conclusión:

Soy consciente de que este análisis es parcial y que faltan otros temas en él. Simplemente se refiere a la existencia de actos intrínsecamente malos, y la calificación moral en la revelación de la relación homosexual como acto pecaminoso. Otros tems relacionados no son el objeto de este análisis, ni pretendo hacer un juicio sobre las personas, sino solamente sobre actos.

Y también quiero subrayar que muchos de los problemas teológicos actuales se deben a la aceptación acrítica del subjetivismo, planteamiento que tuvo su origen en el racionalismo ilustrado, al poner la fe bajo el filtro de la razón. Y muchas de las cuestiones relacionadas con el sentido de la sexualidad han sido analizadas de manera genial por la antropología de san Juan Pablo II que une de manera espectacular antropología, psicología y teología, pues no en vano, él fue catedrático de ética, incluso siendo obispo auxiliar. A él me remito para el análisis del sentido de la sexualidad humana. Y ojalá no se pierda nunca esta referencia.

¡Gracias JPII!

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