Santa Elena y la Santa Cruz
La Santa Cruz es el principal símbolo de todas las familias cristianas. Santa Elena fue su “descubridora”. No en vano Elena ha sido proclamada santa por las iglesias católica, luterana y ortodoxa. No se sabe con exactitud desde cuándo la Cruz fue adoptada como símbolo cristiano. Su hijo, el emperador Constantino adoptó el crismón, pero es muy posible que debamos a Santa Elena el de la Cruz, a partir del siglo IV de nuestra era. No es mi intención adentrarme en la profunda significación de todo ello, sino en comentar algunos de los dibujos que se conservan en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Santa Elena y la Santa Cruz.
Uno de ellos, anónimo italiano del siglo XVI, el artista ha representado el momento en que Elena, ataviada como emperatriz, asiste, junto al obispo Demetrio, al hallazgo de la Cruz. El segundo, también anónimo italiano del siglo XVI, Elena, igualmente ataviada como emperatriz, contempla mirando al cielo el embarque de la Santa Cruz. Entre las distintas personas que la acompañan figura también el obispo Demetrio. Ambas escenas son interesantes, aunque por lo que sabemos por diversas fuentes, no son rigurosamente históricas, sino más bien una interpretación de sendos artistas renacentistas de ellas. En esta última, no obstante, la escena está recogiendo el momento en el que Santa Elena embarca en Jerusalén de retorno a Roma, según recoge Sócrates el Escolástico en el siglo V, quien refiere una piadosa tradición que narra que durante la travesía la Santa logró calmar una tempestad introduciendo en el mar, atado a una cuerda, uno de los clavos de la pasión que llevaba consigo.
El tercer dibujo es un estudio preparatorio del famoso pintor italiano Carlo Maratti (1625-1713) que representa también el momento del hallazgo de la santa reliquia. Tanto en este como en el anterior la Cruz está siendo extraída por unos trabajadores de una especie de cavidad. Según la tradición la Cruz, y los otros elementos de la pasión, se hallaron en un templo romano de Venus erigido en el monte Calvario.
Lo que sabemos es que Santa Elena, ya entrada en años, sintió un fuerte anhelo en su espíritu por poder encontrar la Santa Cruz. Sus primeras indagaciones fueron infructuosas. Pero hacia 327, una vez que su hijo Constantino se erigió en único emperador romano, pudo viajar a Tierra Santa. Según relatan fuentes bastante fiables (Crisóstomo, Ambrosio, Paulino de Nola y Sulpicio Severo), especialmente Eusebio de Cesarea en su Vita Constantini, Santa Elena llevó a cabo varias pesquisas que le llevaron finalmente a encontrar la anhelada Cruz en la que murió nuestro Señor, además de las otras dos, y lo que es aún más importante la tablilla de madera (titulus) que Pilatos mandó colocar en lo alto de la cruz escrita en latín, griego y hebreo, tal y como se especifica además en los Evangelios. Esta era la prueba que, desde luego, más credibilidad daba a su hallazgo. Según hemos visto, también halló los tres santos clavos. Todo ello llegó a la residencia de Santa Elena en Roma, sobre la que se construyó la actual Basílica de la Santa Cruz en Jerusalén, en la que se conservan aun dichas reliquias de la pasión. No obstante, las fuentes señalan que la Santa Cruz fue dividida en varias partes, una quedó en Jerusalén, donde se erigió también otra Basílica, otra fue remitida a Constantinopla y otra, como hemos visto, fue a Roma. La devoción por la Santa Cruz fue inmediata, según nos lo atestigua Egeria, una mujer que estuvo en los santos lugares a finales del siglo IV. Como Arqueólogo que soy (aunque ahora mismo un poco menos) me siento fascinado por la preciosa historia de nuestra Santa patrona.
Jorge Maier Allende
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